Leonardo Fernández por Pedro J. Ortega
Leonardo Fernández ha logrado con los colores de su pintura, con sus paisajes, bodegones, flores y lo que yo llamaría cuadros disociados, además de con la forma tan excelsa de tratar el tema tan difícil del agua, convertirse en un artista universal, cuando en un principio era menos que un gran pintor andaluz, malagueño por más señas, que es tanto como decir que estábamos ante una figura de arte, pero sin haber logrado las cotas que hoy alcanza en todas partes.
Hemos dicho muchas veces de sus cuadros, que utiliza con frecuencias un arte que ya empleaba Velázquez, en la gran época, el llevar un cuadro o una visión al interior de otro de mayor tamaño. Ejemplo: cuando en el alféizar de una ventana abierta nos coloca un cesto lleno de frutas, sobre unos azulejos brillantes y a través de dicha ventana nos hace asomarnos a un clásico patio andaluz, o al lado de una gran caracola nos muestra una de las soberanas playas de la costa del sol.
Otra cosa que nunca deja de sorprendernos es el tratamiento de la luz, el reflejo que consigue en los más variados objetos, y sobre todo sus maravillosos efectos sobre el agua. Cuando en un lienzo aparece una fuente o un grifo abierto, hemos visto que el asombrado espectador quiere tocar, además de ver para intentar re-mojarse en ese chorro limpio.
Su estilo es inigualable hoy en día, porque está lleno de dotes técnicas, indudablemente, pero sobre todo porque es un dominador de los efectos del sol y de la luz sobre los objetos; porque es un prodigio de meticulosidad; porque pinta el agua como nadie; porque la humedad absorbida por la madera es puro realismo; y porque es un creador de ambiente colosal.
PEDRO J. ORTEGA
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