El realismo ha sido durante mucho tiempo denostado por algunos, que veían en este tipo de pintura más técnica que arte, si bien quien lo entiende así es porque no  ha probado nunca a pintar dentro de este género.

En el realismo, la luz y el color requieren de un conocimiento cromático, de un dominio del dibujo y de la imaginación necesaria para que las composiciones se presenten ante los ojos del espectador como un conjunto compensado y homogéneo. La figuración es igualmente un ingrediente recurrente, aunque no imprescindible, para llegar a crear una buena obra, pero habrá que convenir que la representación de figuras humanas impregna un cuadro de vida, y nunca mejor dicho.

Siempre me ha gustado recrear el ambiente mediterráneo, pues la luz y el color de nuestra tierra suponen una incitación al sosiego a la vez que una oda a la plasticidad. En esta obra he entendido necesario aplicar cada uno de los elementos señalados, si bien he creído procedente introducir una serie de elementos adicionales entre los que destaca la inocencia de unos niños que no necesitan nada más para reflejar la alegría y la bonanza en sus rostros que unos cuantos objetos. Así de simple. En los tiempos que corren no viene nada mal apreciar en su justa medida el deleite en la simplicidad, la contemplación de lo comprensible y la invitación a disfrutar de la naturaleza.

Perdónenme los amigos de lo abstracto y los amantes de lo complejo, pero creo que esta época en la que, como decía la canción, queramos o no queramos nos ha tocado transitar a todos, no viene nada mal una dosis de obras en las que las miradas puedan descansar y una invitación a que algunos, que no todos, por supuesto, vean que el realismo tiene en estos tiempos igual cabida que lo denominado ‘moderno’.

Leonardo Fernández González